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Esperar el momento

por Gente de Básquet
19 de junio de 2021
in #Overtime, Especiales, Slide
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Esperar el momento
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Rodrigo Villar tiene 32 años y nació en Bahía Blanca. En su etapa basquetbolística, en categorías formativas nunca fue alguien que descollara, pero tampoco pasaba desapercibido.

Por nuestros rectángulos transitó, primero, con la casaca de Bahiense del Norte. Luego, pasó por otros clubes y festejó varios títulos con selecciones albicelestes. Actualmente, aquel rubiecito de rostro angelado que sonreía mucho, tiene barba, el pelo más largo, un hijo (Vladimir) y… ¡se erigió en uno de los fotógrafos más importantes del mundo! Sí, así como lo leen.

Recibido de Técnico Superior en Imagen Fotográfica, inició una carrera fantástica y majestuosa por la cual recorrió el mundo. Fue premiado por la National Geograpich, llegó a trabajar para ellos y también para la BBC. Además, los empresarios adquieren sus imágenes para incluirlas en películas o telenovelas, participa de los más renombrados clubes de fotógrafos de Latinoamérica y conoce el 90% de los Parques Nacionales. Dedica mucho tiempo a retratar la Vía Láctea en horarios nocturnos, con -30 bajo cero y cuando una imagen lleva cuatro horas de gestación. Atiende en Capital, vive en Mar del Plata y es muy difícil localizarlo.

¿Quién lo hubiera pensado?

De aquel Rodrigo Villar flaquito, rubiecito, de piel blanca, ojos claros, amplia sonrisa, que tenía sus dotes y buena mano en la camada del ’89 de Bahiense del Norte; a este fotógrafo estelar, casi convertido en celebridad, super renombrado, que no brinda entrevistas y se codea con afamadas revistas o personalidades mundiales.

Asume su vida como le place. Se animó a vivirla. Y es envidiable. Erradicó miedos y límites. Mira para adelante. Va y va. Va por más. Va por todo. Con una cámara, un trípode, bolsa de dormir, gorros, camperas, paciencia, vocación, mucha energía y pasión. Sobre todo, pasión.

Son cualidades que lo elevaron a un nivel supremo de la profesión.

Es alguien de gran magnitud, muy requerido y reconocido.

Amante de los viajes, de escalar montañas para retratar la Vía Láctea o crear imágenes a través de una técnica muy curiosa como el Time Lapse.

“Acompaño a gente extranjera a subir una montaña, durante siete días, hasta llegar a los campos de hielo. Ahí les doy talleres para trabajar en imágenes sobre el cielo y las estrellas. ¿Raro, no? (Risas)”, fue la carta de presentación de quien se recibió en la Escuela Argentina de Fotografía de Buenos Aires.

Tratemos de ordenar la tan extensa como rica charla con Rodri. Iniciemos por lo que siempre nos unió: la anaranjada.

“Empecé en premini de Bahiense y mi DT era Manu Ginóbili, que tendría 15 años. Lo que menos hacíamos era jugar al básquet. Nos divertíamos, jugábamos a la mancha… ¡Tengo una anécdota! Mi abuelo (ya fallecido) me iba a buscar y un día le dijo de todo a Manu: ‘que me llevaba ahí para hacer básquet, no para jugar y no sé qué más…’ Siempre nos acordamos de que el abuelo lo cagó a pedos a Manu (risas)”, rememoró Villar.

“En Bahiense pasé la mayoría de mi carrera y tuve el entrenamiento más intenso de mi vida. Pero comía mucho banco. Imagináte que, delante mío, tenía a Mati Chaves que las metía todas. No necesitaban a nadie más que la tirara. A mí me gustaba entrar y comerme la cancha. Pero ahí no me necesitaban. Entonces, me tuve que abrir del club”, confesó el pelilargo.

“Me fui a 9 de Julio. Ese fue el último año en que tuve una gran exigencia, con Ariel Ugolini. Fue mi maduración en el básquet. En el club estábamos todos a la misma altura y jugaban los chicos de abajo. Aparece (Fernando) Temporelli y me adopta como a un hijo. Lo tengo allá arriba, como a Gustavo Candia. Son gente que me enseñaron. En ‘9’ el trato era distinto, sin tanta competencia. Ahí empecé a entender más el básquet y bajé 10 cambios. Jugué de base y tuve otra responsabilidad. No podía hacer lo que quería, sino lo que era mejor para el equipo. Fue como mi ‘ultimo’ año. Perdimos el Repechaje con Comercial, en Olimpo. Fue la segunda vez que lloré en el básquet. La primera en una final de la Liga Juvenil, contra Boca, que me dolió mucho”, rememoró Villar, quien también vistió la casaca de Barracas y protagonizó varios cortes de redes con la albiceleste.

“En selecciones estuve hasta al penúltimo año que jugué. De mi camada es Lucas Faggiano, por ejemplo, a quien siempre sigo. ¡No puedo creer cómo juega! ¡A todos les digo que jugué con él! Es un genio. Y también Fabián (Sahdi), era como jugar con alguien de otro nivel mental, algo que nunca tuve. Me lo tomaba como una diversión. Me gustaba el firulete: agarrar la pelota, pasármela por atrás, hacer un giro en el aire y tirarla para arriba. No importaba si entraba o no (Risas). Era muy intenso jugando”, reconoció Rodri sobre su filosofía dentro del básquetbol.

“Después pasé por Barracas y me fui a estudiar a Buenos Aires. Quise seguir, llegué al banco de Ferro, pero tuve que salir a trabajar para bancarme los estudios. Se me hizo imposible y me quedó el sueño frustrado del basquetbolista”, admitió el ex perimetral.

 

“Me gusta el cine”

-¿En esa época ya rondaba en tu cabeza la idea de estudiar fotografía?

-No. A mí siempre me gustó el cine. Y, de repente, se dio de tener una cámara. Entonces, antes de correr, tenés que caminar. Lo más maduro fue irme a estudiar cine. Pero descubrí que, para ser cineasta, primero necesitás aprender fotografía. ¡Y me gusta tanto la fotografía como viajar! El básquet también me dio eso de viajar por todos lados y todo el tiempo. Conocí un montón de lugares. Cuando descubrí bien la fotografía y vi que iba de la mano de los viajes, sentí que era lo que más me llenaba. Y lo que mejor me salía. Detecté que tenía un talento ahí, diferente al básquet. El talento se convirtió en una carrera. Y es a lo que me dedico hoy: llevo grupos de extranjeros al medio de un campo de hielo.

-¿Cómo es eso?

-Mi último viaje fue a unas islas al norte de Chile. A mí me pagan para que les enseñe hacer fotografía en esos lugares. Entonces, viajo al medio de la nada, con 4-5 alumnos y les enseño desde acampar, hasta cargar una mochila, caminar… Es como una combinación entre fotografía y montaña.

-¿Cómo un nivel superior al boy scout?

-Claro, es más que scout, porque es algo muy mental. En esos lugares hace -30 bajo cero. No hay campera térmica que aguante. Ahí hace frío en serio (risas). Y, encima, tenés que fotografiar a la noche, que es a lo que me dedico: fotografío las estrellas. Entonces, estás en medio de una montaña, con todo congelado, con -30 bajo cero y ninguna comodidad… Parte de eso es lo extremo que me gusta. La gente se va llorando. Porque tener una experiencia de esas en la vida, es algo muy bonito.

-¿Ni bien te recibiste empezaste a recorrer el mundo?

-Exacto. Me hice un viaje en auto desde Ushuaia hasta Colombia. Tardé un año y medio y fui dando talleres de fotografía por Latinoamérica: Perú, Ecuador, Bolivia, Paraguay, Venezuela, Brasil… Y, una vez que uno siembra, después cosecha. Ahora me manejo un poco más libremente.

-¿También hacés documentales?

-Sí. Por ejemplo, uno en el que estuve cuatro meses conviviendo con el equipo nacional de Kick Boxing, que fue al Mundial de España. Viajé con ellos y seguí la misma rutina, por más que era el que filmaba: me levantaba a las 5, hacía abdominales, comía pescado, iba al gimnasio… Les tenía que seguir el ritmo, pero era algo a lo que estaba acostumbrado por el básquet.

-Claro, me imagino que debés mantenerte a pleno en lo físico por la labor que hacés.

-Salgo a correr todos los días y, en casa, tengo mi colección de pelotas de básquet. En mi terraza hago siempre 40 minutos de firuletes con la pelota. ¡Nunca pude dejar el básquet!

Cuatro horas de espera

-¿Cómo se llega a obtener la calidad de fotos que pueden verse en tu Facebook o Instagram (@rodri.villar)? ¿Es talento, paciencia, técnica…?

-Un poco de todo. Algo de paciencia y bastante de técnica, pero eso se aprende de los libros. La fotografía, en sí, es esperar el momento. Uno suele decir: “hago un viaje turístico, me compro una buena cámara y voy a sacar bárbaro”. Eso no va a pasar. Tenés que ir al lugar y a la hora exacta donde sucede, en la naturaleza, lo que uno va a buscar. Nosotros usamos aplicaciones de climas y satelitales donde vemos por dónde pasarán los aviones y los satélites, para que cuando hacemos fotos en el cielo, nada las “corte” al medio.

-¿De qué se trata fotografiar a la Vía Láctea?

-Una fotografía a las estrellas, dura cuatro horas. Significa que apretó el botón y tengo que quedarme al lado de mi cámara esperando, con -30 bajo cero.

-¿¡En serio!?

-Exactamente. ¿Qué hago durante cuatro horas, en medio de la montaña, con -30 bajo cero? Primero, pongo música. Después, hago abdominales para mantener el calor del cuerpo, creo una pequeña fogata con piedras calientes y me meto en una bolsa para dormir con esas piedras. Luego voy chequeando que en la cámara esté todo ok. Y repito el proceso. Es algo complejo y arriesgado, porque cuando la temperatura baja abruptamente está el riesgo del congelamiento. No hay otra verdad. También es un poco agreste y es lo que la gente busca cuando me contrata.

-¿Te hiciste un nombre en la profesión? ¿Sos muy jerarquizado?

-Sí. Integro los clubes de fotógrafos más renombrados de Latinoamérica, tengo premios en National Geographic y trabajé con ellos. También en un documental para la BBC, conozco el 90% de los Parques Nacionales del país y soy amigo de los guardaparques. Me hice un camino groso, pero porque siempre fui del lado de la humildad. Cuando iba a algún Parque, agarraba una pala y hacía un sendero o plantaba yerba en Andresito, que es en medio de la selva. Ahí empieza la profesionalidad. Y la gente ve que no vas a “robar” fotografías como hacen algunos, sino que al menos dejás algo. Porque yo quiero tal foto, pero a cambio te voy a dar algo.

-Contame algo de la National Geograpich.

-Me han premiado por varias fotos que les envié como lector. Y después trabajé un tiempo con ellos, pero renuncié. Iban por otro lado. No me gustaba cómo se manejaban. Me pagaban u$s200 por fotografía y les daba 7-8 por semana. Pero rechacé ese contrato porque no había un interés en lo que sucedía en la imagen. Solo la querían para la revista, pagármela y que yo no diga nada. Pero en el arte, si no hay amor, no hay nada…

-¿Es una profesión de la cual se puede vivir tranquilamente?

-Sí. También hago mucho Tim Lapse, donde capturo el movimiento de las estrellas sobre la rotación del planeta. ¿Has visto en novelas cuando el sol sube y en un segundo se hace de día?

-¡Sí!

-Bueno, a eso me dedico. A hacer pequeños videos para que puedan incluir en sus novelas o películas. Es mi principal negocio, aparte de los talleres fotográficos. El mundo fotográfico y la imagen se convirtió en un negocio. Ahora la gente está obligada a entender lo virtual. Ahí entramos nosotros, los creadores de imágenes y le explicamos a la gente que lo ve es tan importante como lo que piensa. Porque lo que piensa, entra por los ojos. Si muestro una foto de un puma cazando da a entender que, si a su vez alguien trabaja 8 horas por día en una oficina, eso, para mí, es un mensaje importante. ¿Por qué? Porque son cosas que suceden en forma simultánea y uno puede cambiar su destino. Porque si el puma está cazando en el medio de la montaña y yo estoy viviendo una vida que no quiero, entonces… ¡Pará! Porque si esto sucede en un lugar, yo también puedo estar en otro lado haciendo otra cosa… El arte en sí tiene mucho que ver con eso, con desarrollar un poco la creatividad y lo que uno desea.

“Nunca se nos cortó”

-¿Por qué vivís en Mar del Plata?

-Levanté una empresa audiovisual en Buenos Aires, pero no quería estar allá. Ya estuve, es sumamente tóxica y abrumante. Y Mardel es el lugar que más cerca tenía. Es tan hermosa, que siempre soñé vivir ahí. Soy super viajero pero, ahora, nació mi hijo (Vladimir León) y tuve que establecer una base que nunca tuve. La necesito para cuidar al pequeño.

-¿Tenías planeado algún viaje previo a la pandemia?

-En realidad, seguí viajando. Hace dos meses hicimos un taller, con los cuidados respectivos para lo que es presencial, en Piedra Parada, a 100km de Esquel. Es una caldera volcánica. Un lugar increíble y tenía gente de todos lados. Ahora haremos uno a Esquel, frontera con Chile, en una montaña. Pero se hace super complejo, nada que ver a antes. Hay que hacer un montón de cosas previas y tomar los recaudos posibles: burbujas, barbijo, distanciamiento… La verdad, es que no se nos cortó. Pasa que nuestros cupos son de 6-7 personas y no de 100, donde se haría imposible controlar. Y la gente lo necesita porque hace un año que está encerrada. Se transforma casi en un retiro espiritual. Te abre la cabeza.

-¡Mirá vos que vida has desplegado y cómo se nota que lo hacés con inmensa pasión!

-¡Sí! Para mí es vivir un sueño y estoy súper contento. La pasión y la falta de miedo es fundamental. Una frase que siempre escucho en los talleres es: “No puedo hacer el viaje o tengo que trabajar para pagar los impuestos”. Sé que es un poco así, porque estamos dentro de un sistema. Y nosotros no es que seamos antisistema, aunque siempre estamos surfeándolo. Pero hay que superarse. Nosotros nos apostamos en sitios donde no hay sistema, ni siquiera wi fi. Si apago el celular, por dos meses no me vas a encontrar ni saber dónde estoy (risas). Y, cuando vuelvo, también tengo que pagar el alquiler… La idea es sacarle el miedo, sobre todo, a los jóvenes. ¿Por qué? Porque en el viaje, en tu cerebro no estás cumpliendo órdenes de nadie, sino creando algo de la nada. Hacer eso es un movimiento energético muy grande. Soy millonario, pero no. Soy millonario porque estoy siguiendo mi sueño. El arte mueve el mundo. Porque sin colores, sería todo gris.

-¿Es una materia pendiente sacar escenas de básquetbol?

-El básquet es fotografiar “el” momento, por ejemplo, en que la vuelcan. Y, desde el mejor ángulo posible, tratar de “congelarlo”. Es la fotografía más divertida de todas. Si te gusta el básquet, vas a anticipar lo que hará el jugador. La fotografía es un poco eso también: fotografiar en el entorno que más sepas.

-Ahondá en eso.

-No puedo ir a fotografiar un puma, sin saber qué hace el puma. Tuve la suerte de estar en Torres del Paine (Chile), que es una de las maravillas del mundo y un parque nacional impresionante. Me contrató el gobierno chileno para hacer un libro basado en los pumas y en la geología de las montañas. Pero yo no sabía cómo podía moverse un puma. Entonces, me puse a estudiar y a leer libros y libros. Además, viví con un señor de 70 años que era guardaparque y no me hablaba en todo el día… Ahí entendí a la gente de campo. Porque ese hombre no veía a nadie durante un año y le caí yo, un fotógrafo rubiecito, que fue a sacarle a “sus” animales… Estuve como dos meses con él, me enseñó todo de los pumas. Y, a lo último, resulta que los pumas caminaban al lado mío mientras les hacía fotos. La fotografía es un estudio constante. Y la naturaleza tiene eso de que estás ahí, metido en el escenario, donde todo lo que sucede no depende de vos. De hecho, podés buscar una foto durante años y no encontrarla. A mí me pasa que voy dos veces al año a El Chaltén, donde hay una cascada, buscando una imagen que quiero. Y le dedico tiempo porque sé lo que busco, pero todavía no se pusieron las nubes rojas detrás o la forma para la composición de imagen que pretendo o no apareció un animal para complementarla, que también puede pasar… Te da muchas sorpresas lindas la naturaleza y por eso la elegí también.

Fotos sin precio

-¿Te queda algún sueño por cumplir?

-Por ahora estoy cumpliendo bastante sueños y es como que me descolocó un poco el nacimiento de mi hijo, que vino el primer día de la pandemia. Ahora mi sueño es que él esté bien.

-¿Su nacimiento puede aplacar tu instinto viajero?

-No. Viajar es más barato que vivir en un lugar, eso se tiene que entender. Estando en una ciudad o sistema, se tienen que pagar un montón de cosas. Pero cuando se está de viaje, no es tan así. Tenés que tirarte al abismo. Decirte: “Che, yo quiero esto. Bueno, lo voy a buscar”. A Bahía vengo cada dos años y el negocio de mi viejo sigue en la misma esquina de siempre. Y a mis amigos, que no veía hace 15 años, están siempre igual. Todo se mantiene en el tiempo. Uno suma y suma experiencias, vuelve, y acá sigue todo como estaba. Por lo que, si querés volver a asentarte, podés hacerlo. Vas a volver más sabio de lo que te fuiste. El viaje es una sanación y aprendizaje total porque te cruzás con muchas culturas. Es super importante viajar en la vida. Para el sistema está bien que estés cómodo y achanchado, pero para el alma no.
 

-¿Seguís con el pelo super largo?

-Ahora me lo corté un poco, pero me ha llegado hasta la cintura. Cuando viajás, te crece el pelo más rápido. ¡En serio, eh! ¿Por qué? Porque uno está distendido, relajado y sin estrés. Si alguno se está quedando calvo, la solución es viajar. Cuando se está en un entorno celular que es cómodo para el cuerpo, las células se acomodan, empieza a fluir, todo es mucho más sano.

-¿Cuánto puede llegar a costar una imagen de tu autoría?

-Soy de la era de lo virtual, pero a mí me gusta más lo análogo. Aprendí a revelar y tengo un millón de fotos impresas. Me gusta meterme en un laboratorio y revelarlas yo. La venta de foto es un mercado del cual no me gusta participar. Es algo complejo y prefiero entrar por otro lado. Si yo viajo 20.000 km, subo ocho días una montaña hasta un campo de hielo y estoy cuatro horas para hacer un foto de la Vía Láctea al lado de la cámara, con -30 bajo cero, y a mí no me la podés pagar con nada esa foto… Entonces, prefiero regalarla. Para mí no tiene un valor monetario. El arte es muy abstracto. Eso sí, cuando viajo hago 100 Time Lapse, los subo a la web y ahí los ven los empresarios de películas.

Rodrigo Villar y el retrato de su vida.

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