Parado en el corazón del AT&T Center como en otras tantas millones de oportunidades durante sus 16 años en la NBA, Manu Ginóbili tomó el micrófono, todavía incrédulo y emocionado con una sonrirsa que coqueteaba entre la alegría y el llanto reprimido, para confesar uno de sus mayores secretos: que nunca había ni siquiera soñado con estar parado en esa cancha, con el micrófono en la mano y todavía incrédulo y emocionado con una sonrisa que coqueteaba entre la alegría y el llanto reprimido, en el retiro de su propia camiseta.
«Debía preparar un discurso, algo, empecé a pensar y me dije: ‘¿Qué hago acá, enfrente de ustedes? Esto no me puede estar pasando a mí’. Jamás me imaginé llegar a esto, no tenía tantas expectativas. Cuando empecé yo quería hacer una buena carrera en Europa y, quizás, ganar algo con la selección argentina. Y de repente, me desperté y en un abrir y cerrar de ojos estoy rodeado de leyendas hablando de mí, gente a la que admiro, a la que respeto y quiero. Es algo que te vuela la cabeza», arrancó Manu en su discurso de 19 minutos.
Fue una noche de ciencia ficción. En una ciudad lejana e imposible, uno de los mercados más chicos de los gigantes Estados Unidos, un estadio imponente, la ciudad y su gente, se vistió de celeste y blanco para despedir a un argentino que durante 16 años construyó su leyenda en la liga más importante del mundo. Como en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, Ginóbili consiguió que su himno y su bandera irrumpieran en un escenario inalcanzable.
El himno argentino como banda sonora en la antesala de un partido NBA. La bandera argentina en el dorso de la camiseta especial que San Antonio fabricó para la ocasión y en cada una de las pantallas de los cuatro costados del AT&T Center. El millar de argentinos desperdigados por el estadio. Otro argentino como protagonista de un homenaje destinado a solo 180 de los miles de hombres que jugaron alguna vez en la NBA. Parece ciencia ficción pero no lo es: Manu Ginóbili, probablemente el mejor embajador argentino, lo consiguió.
«Es tan difícil de conseguir que no lo podés imaginar ni soñar. Es el mejor reconocimiento que puede recibir un jugador», explicó Fabricio Oberto, compañero y uno de sus grandes socios en Argentina y en San Antonio, en la previa de la gala e incluso antes del partido que San Antonio le ganó a Cleveland Cavaliers, un encuentro trascendental para las aspiraciones de playoffs de los Spurs que terminó siendo la excusa para una celebración mayor. La Generación Dorada también tuvo su merecido reconocimiento en un divertido show durante el entretiempo y, más tarde, en la voz de Gregg Popovich: «Fue uno de los mejores equipos que vi en toda mi vida».
El paso a la inmortalidad de Manu empezó hace más de dos décadas, sin que nadie lo supiera. Ni R.C. Buford, el GM que lo vio por primera vez en el Mundial Sub 22 de Australia 1997, ni Popovich ni Tim Duncan imaginaban que veinte años después se iban a sentar a celebrar a un jugador «único», como describió Tony Parker después de referirse entre risas a los supuestos celos entre ambos en el inicio de su travesía en San Antonio: «No hubo nadie como vos en toda la historia del básquet», lo elogió el francés, la única pieza del Big Three aún vigente en la NBA.
Duncan, el mejor jugador de la historia de San Antonio, rememoró que ni siquiera lo conocía cuando Manu llegó a la liga con una burda imitación de sí mismo, ridiculizado al intentar pronunciar su nombre por primera vez: «Nanu Ginobili», dijo y acentuó en la sílaba ‘bi’ en una clara demostración de su antigua ignorancia. Popovich sobresalió por su contundencia en la frase más resonante de los 55 minutos de ceremonia: «No hubiéramos ganado los títulos sin Manu», aseguró y generó un estallido automático en los 18.000 fanáticos que colmaron las gradas del AT&T Center, uno más en una noche que convivió entre gritos eufóricos y lágrimas.
Concluida la celebración, Manu se quedó en el centro del estadio con sus familiares y se sacó una foto junto a ellos para capturar un momento imborrable. Estaban sus padres, Yuyo y Raquel, y sus hermanos Leandro y Sebastián. También estaba Marianela Oroño, la mujer que conoció con 20 años y quien se convirtió en una de las grandes artifices del éxito de Manu: «Gracias porque sé que te robé un montón de tiempo. Gracias por tu compañía, tu amistad, por hacerme quien soy. Por tantas veces relegar tanto de vos para ponerme como prioridad. Sé que estoy muy en deuda, pero tengo 40 o 50 años para retribuirte y haré todo lo que pueda para compensarlo», le dedicó Manu a Many durante la ceremonia en uno de los momentos de mayor emoción que a punto estuvo de quebrar la resistencia de un Ginóbili que, como en la cancha, utilizó múltiples recursos para conseguir su objetivo de reprimir su llanto.
Con la ceremonia finalizada y la 20 en lo más alto del AT&T Center, Manu se fue del estadio rumbo a una cena con sus amigos, familiares y colegas. El paso a la inmortalidad había sido apenas una formalidad para un jugador que ya era inmortal.
Fuente: Matías Baldo (NBA).
Fotos: NBA.