Eduardo Di Chiara (52) es un jugador emblemático de Leandro N. Alem, desde la década del ’80. Retirado desde 2004, siempre continuó en forma y despuntando el vicio con el básquetbol. Conformó una de las mejores camadas verdirrojas de la historia y su profesión es ingeniero en obras, además de ser papá de Valentín (12 años) y Pedro (10). A fines de 2009, sintió cosquilleos en la planta de un pie, calambres en la pierna izquierda y opresión en la cintura. Ya para febrero de 2010 inició con estudios. Se creyó en una hernia. Pero no. Era un tumor incrustado en la médula. Desde allí, empezó una nueva vida con apenas 40 años de edad. Hoy, once después, Edu se encuentra erguido, realizando una vida prácticamente normal, feliz con su familia, trabajo y Alem. Sin haberse rendido nunca.
Justamente once años atrás, el ex alero alemnista Eduardo Di Chiara comenzaba a jugar su uno contra uno más complicado. No se trataba de vulnerar a Michael Jordan o Magic Johnson. Sino, de su calidad de vida. De su marcha al caminar.
Imprevistamente, casi de la noche a la mañana, allá por 2010 se vio acorralado para salir a afrontar un durísimo e inesperado impedimento físico, del cual estaba en danza nada menos que su calidad motriz.
“Fue algo muy de golpe y no me dio tiempo a nada. Porque fui al médico un miércoles y me dijo: ‘el lunes te tengo que operar’. Es más, no entendían cómo me mantenía en pie, ya que la médula estaba oprimida en un 90%”, rememora Di Chiara con naturalidad.
“El 10 mayo de ese año se dio mi primera operación. Parecía que me iban a sacar una hernia sobre la médula, pero no, era un tumor… Una piedra. Ese día pudieron quitar la mitad y dos días después, por la buena condición física que tenía, ya que debía estar otras seis horas en quirófano, pudieron sacar el resto”, rememoró el esposo de Maru, una de sus más grandes estandartes.
Recién iniciaba una etapa que englobaba angustia, miedo, incertidumbre y esperanza.
“Esto llegó a ser una parálisis de la cintura para abajo. Se cortó todo lo que lleva información a esas ramificaciones. Quedó en cero. Es lo que llaman el shock medular”, añadió Edu.
Se trataba de una pesadilla que lo tenía con el rol protagónico.
“Estuve dos-tres meses sin mover un dedo. A los seis, me movía muy poco y recién me empecé a parar cerca del año. Al ser algo medular, para que esto no suceda, tendrías que estar haciéndote estudios o resonancia todos los años y de todo el cuerpo. Pero uno va al médico después de algún síntoma o molestia”, reconoció Di Chiara, nacido el 21 de abril de 1969.
“Me operé en el hospital Italiano, no tuve opción de elegir nada. No había otra salida. Eso fue en mayo y desde octubre y durante los siguientes 4 años, viajaba al Fleni a rehabilitarme. Estaba en condiciones clínicamente estable”, apuntó Eduardo, quien también toma al 12 de mayo como otra fecha de su “natalicio”.
Enseguida, pergeñó lo vivido en la clínica de la ciudad de Escobar.
“Al principio, allá estuve 15 días internado. Luego volví a los dos meses, después a los cuatro… Estuve todo un año dedicado exclusivamente a mi rehabilitación. En el Fleni me dijeron que lo hecho en Bahía estuvo impecable”, agradeció a la distancia.
“Ahí pude comprobar que el destino era este. Siempre me pregunté: ¿por qué no me podía pasar a mí?… Encaré la situación de esa manera. En casa tenía a mi señora embarazada de 4 meses, a un chiquito de un año… He tenido bajones, pero había que meterle para adelante”, reconoció el ingeniero, con una entereza envidiable.
Amigos y trabajo
A la distancia, las cosas se reflejan y evalúan de diferente manera a la cual uno reaccionó en el momento en que ocurrieron.
“A mí todo esto me cambió mucho, pero para bien. Tengo el lujo de tener amigos desde los 7-8 años: los Andreotti, los Torre, César Artola, Paquito Álvarez… Vivimos pendientes uno del otro”, confesó.
“Extraño totalmente, aun viejos como estamos, el no poder jugar al básquet con ellos o con mis hijos. Pero, por otro lado, me llevó a tener una visión diferente de las cosas, porque a veces nos quejamos de cualquier pavada y hay gente alrededor que la sufre mucho más. Esto es como la ruleta y si tenía que pasarle algo a alguno de los cuatro de mi familia, prefería que me pasara a mí”, sentenció Edu, testigo directo de situaciones en las que costó tragar saliva.
“Ir al Fleni y encontrarte con un panorama increíble de nenes, muy chiquitos, en silla de ruedas o cosas peores… Ahí te decís: ‘al lado de esto, lo mío es un resfrío’”, apuntó quien actualmente se mantiene activo con normalidad en su ámbito laboral.
“Tuve la suerte de poder desarrollarme profesionalmente. A los 40 años, era gerente de obra en Furfuro y ahora estoy haciendo lo mismo en la empresa de los hermanos Medús. Eso me ayudó mucho para recomponerme, porque muchas veces te tiran abajo diciéndote ‘no vas a poder hacer esto o lo otro’”, indicó con alegría.
“Todavía ando con los bastones canadienses. No los puedo dejar. El daño que tengo es principalmente en la bipedestación, en la parada. Si cierro los ojos es como que me caigo, no tengo equilibrio. Pero pude salir de la silla, del andador y llegar a los bastones… Fíjate que en mi casa cocino, largo los bastones y, como mucho, me apoyo en la pared. Cuando salgo a la calle necesito los bastones porque me siento más seguro, llego a la camioneta y me bajo en la obra. En muchos casos impera el miedo”, aceptó Di Chiara.
Dentro de un horizonte negro, transformó lo bueno en positivo.
“Estoy al 100% de lo que me permite la médula. Tengo una cinta y ando a mínima velocidad, hago algunos ejercicios o tiro al aro de casa con una sillita al lado. La meta es seguir bien físicamente con los pasos de los años, para no decaer y a los 60 y pico no poder pararme…”, advirtió el fanático del verdirrojo.
“Mi vida es normal, los nenes a esta edad demandan mucho y desde hace cinco años no le escatimo a las actividades. Me gusta, más allá de que uno tiene bajones cada tanto”, señaló Edu.
Vicepresidente de Alem
Como típico club de barrio, el sentimiento está tatuado en la piel y quienes hacen que las cosas sucedan, ponen mucho de su corazón. Y allí está Di Chiara, siempre dando el presente para depositar su granito.
“En el club tiramos todo para adelante. Ahora soy el vicepresidente, pero los títulos directivos son puro formalismos. Me acuerdo de que en 2009, antes que pasara lo mío, hicimos la ampliación de la cancha y pusimos el piso nuevo. Desde 2016/17 encontramos una comisión como la que nos tocó en nuestra época. Tras el glorioso título del ’80, al tiempo apareció nuestra camada, tuvimos algunas alegrías y después el club se estancó un poco”, suscribió Eduardo.
“Llegaron Los Larmeu, los Barsky más alguno de nosotros y a los 15 años estábamos jugando en Primera. El que pudo volar, voló. Y el club se mantuvo en Primera, jugando bien y ganando torneos de menores. Ahora, todo cambió un montón”, aseguró.
“El sentido de pertenencia, antes, ya lo tenías medio comprado cuando ibas al club por primera vez, teniendo 7 años. ¿Qué otra cosa más linda te iba a pasar un sábado a la tarde, que ver todos los partidos en tu club?… Ahora, a los chicos los tenés que convencer de que eso está bueno. Hoy, por ejemplo, Santi Pascual (proveniente de Liniers) se va al Federal con una gran emoción de haber estado 3-4 años en Alem. Eso nos recontra reconforta”, distinguió Di Chiara.
Y continuó:
“Algunos otros tendrán que volar, como hizo Valentín (Forestier). Y, sino, jugarán en Primera y tendrán unas menores competitivas. Hay ¡200 pibes en el club! Nunca pasó. Igual, todo hay que mantenerlo y acompañar los cambios, porque también se te pueden ir a otro lado”, avisó Di Chiara.
¿Mejor que acá?
Eduardo tuvo su apogeo, junto a una gran camada verdirroja, entre fines de la década del ’80 más los ’90. Hubo cambios en la sociedad, como también en el básquetbol.
“Todos nos tenemos que aggiornar al nuevo reglamento. Siempre fui defensor de que los chicos se tienen que ir. No está bueno eso de ‘blindar’ a los jugadores. No digo no tener un rédito por ellos, pero la cosa pasa por otro lado”, avisó Eduardo.
“A los pibes hay que convencerlos de que en otro lado no van a estar mejor que en Alem. Es así. Un gran desafío. Ser una suerte de academia, una Bahía Basket en miniatura y cuidar que esos 200 chicos no se vayan. Eso requiere mucho ingenio”, anunció entusiasmado.
“Los clubes deberíamos trabajar mucho más en conjunto. Es lo lindo de pertenecer a Bahía. Porque si nos pisamos entre los clubes, da para pensar que quizás somos una ciudad para 10 y no 21 clubes de básquet. Haría alguna política más integradora a nivel Asociación”, sentenció Di Chiara con el entusiasmo y esa fuerza de voluntad que nunca lo desestabilizó del todo.
A 11 años de su mejor ingeniería. Retroceder nunca, rendirse jamás.