Continuando con la serie de entrevistas a protagonistas que dejaron una huella durante la era de Gente de Basquet, comprendida entre 2001 hasta la actualidad, es el turno de Dalmiro Lella (39 años). El picante “enano maldito” edificó una buena performance desde su primer contacto con el balón, con apenas tres años y medio de edad, y hasta 2017. Defendió varias camisetas: fue formado en Bahiense del Norte y su mejor campaña la asocia con Sportivo Bahiense y Los Andes (Punta Alta). Su familia simpatiza con Napostá. ¿Se acuerdan de la pelea con Eddie Roberson (padre)?, ¿Y cuando en 2014 enfrentó a Bahía en el Zonal? Actualmente, su vida transcurre entre el home office y la atención que dispensa su calco: el pequeño Justino, de un año y medio.
Los más de treinta años vinculados al deporte de los cestos, los 13 que lleva al lado de su pareja Ivana y la llegada al mundo de Justino el 14 de noviembre de 2019, impulsaron a Dalmiro Lella (cumple 39 años) a abandonar la práctica activa.
Lo último fue con la casaca de Sportivo Bahiense, allá por 2017.
“Ese año me fui en septiembre/octubre. Y después no jugué más, por decisión mía. Estuve cerca de volver a Punta Alta, pero no quise seguir. Estaba a full con el laburo, cansado de no tener una cena tranquila y de estar más en casa con mi señora los fines de semana. Hace 13 años que convivimos, pero sin casarnos. Justino ya tiene un año y medio, así que menos ganas de jugar todavía”, reconoció el picante zurdo.
-¿Qué balance general hacés de tu carrera?
-Fue todo hermoso. Empecé a los 3 años y medio en Napostá, donde con mi hermano (Josito) hicimos la escuelita. Después nos mudamos enfrente de Bahiense del Norte y nos pasamos ahí, donde estuve desde los 5 a los 19.
-¿Con Josito son mellizos?
-No. Nos llevamos once meses, Josito es de enero del ‘82 y yo de diciembre. Siempre jugamos en la misma categoría, aunque todos eran más grandes que yo. En Sub 21 me fui a Napostá, para jugar en Primera y al otro año vino Josito también. Pasé por todos lados.
-¿Te los acordás?
-Mi primera salida de Bahiense fue a préstamo a Olimpo, en Juveniles, porque me peleé con Navallo. Después vuelvo, hago la pretemporada y sale lo de Pacífico con “Jose” Pisani de DT y jugaba con Miguel Pisani. Navallo me dijo que era una linda posibilidad y la tomé. Éramos muchos en el mismo puesto en Bahiense y me fui a Segunda.
-¿Te arreglaste con Navallo?
-¡Sí! En ese año que me fui a Olimpo, mi hermano seguía en Bahiense y salieron campeones del torneo de Bahía. Era la época de los Juegos Bonaerenses y nos tocó enfrentarlos en Sportivo, cancha neutral. ¡Y les ganamos! No les ganábamos nunca y esa vez viajamos a Mar del Plata. El Colo gritándole a mi hermano… ¡Lo que lo cargué a Josito!
-¡Me imagino el Colorado, como estaría con vos…!
-No, al contrario, me vino a abrazar y me decía: “¡Lo ganaste vos, éstos son todos cagones! (risas). Fue el mejor entrenador que tuve, lejos, lejos…
-¿Quién los formó a ustedes?
-El que me enseñó los fundamentos y esas cosas, fue el Pantera Schamberger. Después tuvimos un año a Sepo (Ginóbili) y ya siendo infantil a Colamarino. Ahí es cuando Navallo llega a Bahiense y agarra desde Cadetes hasta Primera. Nosotros entrenábamos en la cancha de atrás y los Cadetes en la adelante. Y Navallo me sumó a los Cadetes, algo que a Colamarino no le gustó mucho pese a que casi no jugaba en mi categoría. Ahora no pasa mucho eso. Jugué en Liga Juvenil siendo cadete, estaban Pablo Romerniszyn, Sureda, Dómina, Tati Canutti, Pizzo y quería estar con ellos. ¡Qué banda!
¿Ídolo puntaltense?
-¿La etapa que más disfrutaste fue la de Sportivo?
-Sí, creo que fue la mejor. Me acuerdo que hacía como 25 años que el club no llegaba a instancias finales. Aparte, estaba con mi amigo Nicolás Martínez, que fue conmigo a la primaria. El año anterior a ese estuve en El Nacional y bajé a Segunda para jugar en Sportivo. Vino el Negrito Gentile también. Creo que basquetbolísticamente hablando fue de lo mejor.
-¿Y cuál más?
-El año de Pacífico fue lindo y el ascenso con Independiente (2013) hermoso: estaba Musumeci, Massa, Bertón, Gendana y dirigía Palumbo que era debutante. Ese ascenso no lo tenía nadie en los planes. La familia de parte de mi mamá es de White y por eso jugué un añito en Comercial. La etapa en Los Andes fue hermosa también. Era el primer año que participaba en Bahía Blanca y llegamos a las finales contra Alem, que al final ascendió.
-¿Fue en 2014, cuando jugaste por la selección de Punta Alta?
-¡Claro! Estaba en Los Andes y me llamaron para jugar. Y dije: ¿por qué no? En Bahía había grandes bases, era muy difícil que me eligieran. Tengo muchos amigos de Punta Alta y estaban buenísimos esos Zonales. Se llenaba de gente.
-Me acuerdo que el de Bahía se jugó en Villa Mitre.
-Exacto. Ese día lo volví loco a Mati Chaves. No sé qué me dijo, le paré el carro, le metí rosca y ¡se armó un revuelo! Nos cobraron técnico a los dos. Y cuando voy para el banco, la gente de Punta Alta estaba enloquecida conmigo. Imaginate, siendo bahiense me estaba plantando con uno de mi ciudad. ¡Nunca me aplaudieron tanto en una cancha! ¡Lella, Lella! Me gritaban (risas).
Peso pluma vs. peso pesado
-¿A cuál de los clubes le tenés más cariño?
-(Piensa) No sé, no respondo (risas). Fueron tantas camisetas y en todos lados la pasé bien. Te puedo decir que toda mi familia es de Napostá. Y a mí me gusta Napostá, pero jugué la mayor parte de mi vida en Bahiense.
-Entiendo, no fue en Napostá donde más te destacaste.
-Anduve bien en Primera, pero ahí tengo mi peor recuerdo cuando me peleé con Eddie Roberson (padre).
-¿No tenías uno más grandote? ¿Qué fue lo que pasó?
-Bahiense me dio a préstamo. Mi ex novia y su familia me invitaron a ir a Bariloche y en Napostá no cobraba nada. Entonces, hablé con los dirigentes, explicándoles que no sabía en qué otra oportunidad podría ir a Bariloche. Me dijeron que estaba todo bien, así que me fui. Cuando vuelvo, me entero por Fabio Zangla y Bolognesi que al Negro no le había caído nada bien el tema. Y a algún que otro dirigente, tampoco.
-¿Cómo continuó todo?
-Roberson estaba enojado y ni me hablaba. En pleno partido, en cancha de Alem, me da un pase, yo corté y no la agarro. Ahí me dice algo y le digo que cierre la boca. ¡Si no me hablaba! Enseguida, Roberson me caza del cuello porque dice que le dije: “Negro de m…” Nada que ver. No le había dicho nada. Me tenía del cuello y le empecé a tirar guantazos mientras todos se le colgaban para que me soltara. ¿Quién me iba a separar a mí? (risas). Ahí aproveché para apoyarme en todos, salté y le pegué con la mano abierta en la pelada. Sonó fuertísimo. Roberson ni se mosqueó… Después me tiró tres trompadas que, si me agarra, me vuela la cara. Ahí nos echaron a los dos…
-¿Y a la siguiente práctica?
-Volvimos a entrenar y yo tenía la postura de irme si seguía Roberson, a quien era obvio que iban a priorizar, por lo que jugaba y cobraba. En ese momento era un buen jugador. Así que no jugué más en Napostá. Los dirigentes estuvieron con él y mis compañeros, conmigo. Así que, chau.
-¿Después no lo viste más, no se enfrentaron?
-Al tiempo lo crucé en la vereda del diario, lo vi venir de lejos. Y me dije: “¿Qué hago?. Si cruzo quedo como un cagón…” Así que seguí y me saludó moviendo la cabeza, yo también y listo. Ya está.
-¿Tuviste varias de esas, no?
-Esa fue la más notable. Después tuve cruces con varios árbitros, pero eran ellos los que se la agarraban conmigo (risas). Le perdoné la vida a alguno, porque antes de retirarme tenía marcados a algunos que eran “mala leche”… Pero, bueno, ya pasó.
Las apariencias engañan
-¿Cuántas veces fuiste campeón?
-Con mi categoría, nunca. Siempre nos ganaba Pueyrredón, que tenía a Natalio Colasanti, Seba Acosta, Gino Diomedi, Santiago Marco… Ellos nos ganaban siempre. Después con la selección sí, en Saladillo, fuimos campeones invictos en Infantiles, porque estaban ellos más Castets, Mariano Moretti, Polchi…
-¿Te hubiera gustado haber subido de nivel?
-Estaba conforme con lo que me tocó. Siempre uno ansía más y hubiese estado bueno si surgía la posibilidad. Pero tampoco es que me dediqué de lleno al básquet. Tuve que trabajar de chico, porque en casa se necesitaba. El básquet lo hacía como un hobbie, hasta que empecé a cobrar y ya lo veía como una responsabilidad, como un trabajo. No fue mi objetivo principal. Quedé conforme y la pasé bien.
-¿En estos años no jugaste más ni de forma amateur?
-Fui un par de veces, porque tengo amigos que me vuelven loco. Y después jugué en un equipo que tenían mis hermanos en la LAB. Quise penetrar un par de veces, pero me caí solo y me golpeé toda la rodilla, la tenía pelada. Me pregunté: “¿Qué hago acá?” Mi cabeza iba más rápido que el cuerpo (risas). Aparte, engordé 10-12 kilos.
-¡No! ¿Hay panza ahí?
-(Risas) ¡Sí! ¡Está de moda! Y con esto del home office, la cuarentena me está matando. Estando en casa, me siento a comer. Aparte, toda la vida hice algo y ahora sigo comiendo al mismo ritmo, pero sin hacer nada….
-¿Cambiaste la forma de ser?
-En realidad, mi tema era dentro de la cancha. Me acuerdo que, siendo infantil, las madres de mis compañeros le decían a la mía: “¿Cómo hacés con Dalmiro?”. Ya notaban que era nervioso. Pero yo, afuera, eran un pan de Dios. Siempre me acuerdo de Javier Solís, que si te tenía que matar en la cancha, te mataba. Y afuera era tranquilo. Yo, en ese partido que te dije de los Bonaerenses, le metí un codazo a mi hermano que casi le parto la cara. Fijate que desde que tengo 18-20 años, trabajo en atención al público y nunca tuve un problema. Cuando entré en Codimat, uno de los Marinsalta dudaba de tomarme porque tenía mi imagen del básquet. Y eso que iba con referencias. Después, no querían que me fuera.
El clon de papá
-¿Cómo vivís la paternidad?
-Es lo más lindo del mundo. Desde el día en que quedó embarazada mi señora estuve nervioso. Esperaba que todo saliera bien al nacer. Y cuando nació, sabés que hay dos personas que dependen de vos. Es una locura. ¡Encima el nene es un calco a mí!
-¿Ayudas con la atención de Justino?
-Sí, me encanta. Me tiene cortito. Me tuve que armar el escritorio en su pieza con la cuarentena. Al principio, con el tema de la teta y eso, las mujeres hacen más, pero cambio pañales, hago de todo.