Leandro Carbonell es profesor de Educación Física y un entrenador de básquetbol bonachón. Nació en Punta Alta y empezó a jugar en Espora, para luego pasar a Bahiense del Norte. El 10 de febrero próximo ansía poder celebrar sus 50 primeros años de edad. Le dicen Topa, que es la abreviatura de Topadora, el apodo que le impuso un personaje puntaltense como el Peti Brigante. Es propietario de un restaurante en su ciudad y de un parador en Pehuen Co. Admira a sus padres Celia (78) y Lito (81), a su hermana Juliana (29) y hace dos años está en pareja con Gisella, siendo padre del corazón de Franchu (6 años). También, hace más de una década, trabaja en el Ministerio de Salud CPA (área de adicciones). Amén de Joly (vive en Barcelona), Ricky Luengo y Tito Faelis, es el mejor amigo del campeón olímpico Alejandro Montecchia. Lo último de Topa, en el básquet, fue en Ateneo. Actualmente, está embobado con recorrer el sitio que sea con su moto de Enduro. Dice ser muy bueno haciendo asado al asador y pollo al disco. Es fanático de Racing y ama la pesca.
“Mirá, te cuento: a los 10 años arranqué a jugar e hice Premini, dos años de Mini y medio año de Preinfantiles en Espora. En el ’85 estuve en la selección de Preinfantiles de Punta Alta. Jugamos contra El Puma, Sepo y al partido vinieron los Ginóbili. Ahí me conocieron, me vieron jugar, hablaron con mis viejos y me llevaron a Bahía, para Bahiense del Norte”, fue la primera frase que se le escuchó a Leandro Carbonell a modo de presentación.
-¿En ese momento se podía hacer el pase a mitad de año?
-Exacto. Así que a los 13 años, jugué la segunda mitad del año en Bahía Blanca. ¡Arranqué con todo, después me quedé! (Risas). El 25 de julio de 1985 pisé por primera vez Bahiense del Norte.
-¿Ahí arranca tu gran amistad con Montecchia?
-Claro, ahí empezamos. Nosotros jugábamos los domingos a la mañana, entonces entrenábamos los sábados a la tarde. Y, generalmente, me quedaba a dormir en la casa de Ale. Teníamos al Oveja (Hernández) de técnico.
-Te hacías el viaje Punta Alta-Bahía todos los días.
-¡Claro! Lunes, miércoles, viernes, sábado y el domingo el partido. Y yo iba a la Escuela Técnica, a la mañana y a la tarde. Cuando terminábamos el entrenamiento, siempre Oveja preguntaba: “¿quién puede alojar al Topa este fin de semana?”. Y me he quedado en lo de Ascolani, Pablo Vidal, alguna vez de Sepo… Pero casi siempre de Alejandro… Recuerdo que el padre de Montecchia, desde la tribuna, siempre se ofrecía para que me quedara en su casa. Por eso, también, tengo tanta relación con la familia.
-Se nota que la relación entre ustedes es forjada desde chicos, porque Ale tiene su particular forma de ser, ¿no?
-Sí. Él es muy reservado, pero cuando habla, habla en serio… Ahora no nos veíamos desde hacía un par de meses, pero el otro día me llamó: “Che, voy para Punta Alta a ver el partido de Argentina-Paraguay”. Así que lo estuvimos viendo juntos acá… Con Ale tenemos muchísima confianza, nos contamos un montón de cosas íntimas, hablar con él es hablar con un amigo real. Te contás todo.
-¿Por qué hacía meses que no se veían?
-Solamente por el tema de la pandemia, eso hizo que nos dejáramos de ver. Siempre estuvimos en contacto. Ahora estamos volviendo a juntarnos, de a poco… Es más, tengo que ir a Bahía a hacerle un asado. Porque Ale es el fogonero, te prende el fuego y se va… (risas) Y yo hago el asado… “Ya te prendí el fuego Topi”, me dice. ¡Y hasta la carne compro a veces! Charlamos mucho de la vida. El perdió a su mamá Aurora, que era un amor. Me acuerdo de los tallarines que nos hacía todos los domingos…
-¿Cómo es compartir la pasión de la pesca con un amigazo como Montecchia?
-Vamos a pescar embarcados, de costa, a la Chiquita o nos quedamos en mi casa de Pehuen Co, comemos un asado… Cuando vamos a pescar, Ale puede llegar a irse 300 metros para un lado y ahí se queda horas. Y yo me voy para el otro lado. Después nos encontramos… La pesca es algo solitaria, pero en este caso estás acompañado, charlás, tomás unos mates, picadita y a rememorar viejas épocas.
-¿Tenes algo valioso de él?
-Acá en el restaurante tengo enmarcada la camiseta campeona olímpica, firmada por Ale. En realidad tengo dos, una está en casa…
-Anécdotas debe haber un millón, ¿no?
-(Risas) Hubo un año que hicimos el campus 4×4, llamado del “Fin del Mundo”, en Ushuaia. Y hasta allá fuimos Ale, el Búho Arenas y yo en la camioneta de Ale. ¡Pero sin calefacción todo el viaje porque no la arregló! Lo que lo insultamos… Fue en septiembre. Un super viaje, pero estaba fresco… (Risas).
-¡Me imagino!
-En ese mismo viaje, el Búho se sentó como acompañante y se encargaba de filmar. Pero nos dimos cuenta de que, casi todo el viaje, ¡estuvo filmando con la tapa de la cámara puesta! Imagínate que de la mitad del viaje, no hay nada de anda filmado… Ale se recalentó (risas).
-¡Nunca se dio cuenta el Búho!
-En Tolhuin (Ushuaia), llegamos a la panadería famosa y el Búho se bajó rápido porque no aguantaba para ir al baño. Atrás, fuimos nosotros. Entramos al baño y no lo vemos… “¿Dónde estará?”, nos preguntamos. Por ahí, escuchamos risas… ¡Y lo vemos abrazado a dos señoras! De apurado se había metido en el baño de mujeres… Y nosotros sacándole fotos (risas).
Hay buenas y malas
-En Bahiense te tocó una linda etapa en formativas y también el trago amargo de descender en el ’94.
-Sí, claro. Ese año estaba Pepe Sánchez, que se fue a Deportivo Roca a mitad de año, Cecil (Valcarcel) que se pasó a Liniers y Manu era un pibito de 17 años. Yo tenía 22 y jugaba en Sub 22 y Primera, con Pantera (Schamberger) como entrenador. El descenso fue terrible. Éramos pibes y yo era de los más grandes… Al irse Cecil, quedamos todos jovencitos. Él era importante, nuestro “5” (centro), nos tapaba todos los agujeros.
-¿Integraste el plantel campeón de Primera del ‘89?
-No, era cadete de primer año. El Puma y Sepo sí estuvieron. Nosotros, lo máximo que conseguimos, fue en cadetes de segundo año llegar a la final contra el Estudiantes de Josi Gil, Tatita Del Sol y ese equipazo… Después, siendo asistente de Navallo en 2003 y con Leandro (Ginóbili) en el equipo, salimos campeones de Primera.
-¿Ahí dejaste de jugar?
-No. Me vine a Punta Alta y jugué los Provinciales de Clubes con Pellegrini (‘95), Los Andes (‘96-97) y Ateneo (‘98-2001). Lo mío como jugador fue hasta los 30 años. Ahí dije basta.
-¿A esa altura ya estabas dirigiendo?
-No. Dejé de jugar y ahí me puse a dirigir. Fue el año en que tomé la selección de Punta Alta, que nadie quería agarrar… Fue cuando le ganamos a Bahía en cancha de Bahiense del Norte. Era ir a la boca del lobo, porque nadie la quería dirigir. Ahora, lo último en el básquet fue en Ateneo.
-¿Estás algo retirado?
-No. Después de Ateneo tenía un proyecto gastronómico en Bahía y quería poner todas las energías ahí. Pero nos agarró la pandemia y dejé tanto eso, como el básquet. Me quedé con el restaurante de Punta Alta. Cuando todo vuelva a la normalidad, la idea es dirigir. Ahora no tengo club.
El cariño por Napostá
-De tus años en Bahía, ¿de qué etapa tenés mejores recuerdos?
-La época de Bahiense del Norte me marcó, son muchas amistades. Y, como entrenador, en Bahiense también trabajé en 2003 y 2004. Fueron años hermosos. Pero, un club al que le estoy muy agradecido, es a Napostá. En Napostá estuve dos años y me trataron excelente, hay muy buena gente, estuve muy cómodo y le tengo mucho cariño. Aparte, siendo de Punta Alta, algo que no es muy fácil… Porque esta esa pavada de la rivalidad…
-Vos sabés que, en Bahía, ¡hubo y hay muchos puntaltenses que se destacaron!
-¡Pero… sí! Y jugadores que fueron de Bahía a Punta Alta, también. ¿Quién va a discutir lo que es Bahía basquetbolísticamente? La pica la puede tener alguien del tablón… Yo a Bahía la admiro: me formé allá, estudié allá, empecé a dirigir allá, estuve en Napostá, Alem, Barracas… Es hermoso dirigir en Bahía.
-Es verdad.
-Lo que sí te digo, es que me dio mucha bronca el primer año que fuimos con Los Andes a jugar allá y lo tuvimos que hacer siempre de visitantes. ¡Y llegamos a la final contra Alem! Me acuerdo que el último día de la final, Ariel Ugolini se cruzó la cancha para venir a abrazarme y felicitarme porque habíamos hecho un campañón jugando siempre en Bahía. Pero, ¿por qué pasó eso? Me dio mucha bronca. Te decían “derecho de piso”. ¿De qué? Si esto es básquet… Por eso aplaudo a El Nacional y Bahía Basket que siempre vinieron a jugar a Punta Alta. El resto de los clubes se hacían los boludos y no querían venir… Los clubes se piensan que va a haber 2000 personas y no es así… No son las selecciones. Pero, bueno, después los clubes de Punta Alta se metieron más en Bahía y varios equipos vinieron para acá. Se fue mejorando.
-¿Se siente el progreso del básquet puntaltense al competir en Bahía?
-Totalmente. Para mí, no hay duda: los cinco clubes de acá deberían competir en Bahía. ¿A cuál beneficia más? Y, los de Punta Alta tienen otro roce y no se aburren entre ellos. Y los de Bahía pasan de 22 clubes, a tener 27, mejora la competencia y le pone condimento.
Pasión sobre ruedas
-¿Cómo es eso de que ahora te subiste a la moto?
-De chico, mi viejo siempre me llevó a ver speedway. Te puedo decir los nombres y números de todos los corredores. Me sé todo, tengo memoria visual: Giusseppe Marzotto fue el primer extranjero en venir, después recuerdo a John Davis, Walter Grubmüller, Armando Castagna… Siempre me gustó. Y hace dos años, casi tres, soñé que andaba en moto. Así que al otro día, dije: “Me voy a comprar una moto”.
-¿En serio?
-Así fue.
-¿Y sabías manejar motos?
-¡No, ni idea!
-¿No sabías y fuiste a comprarte una moto?
-Sí. Tengo un amigo que corre en moto (Pipo Gentili), al que llamé y le dije: “Che, me quiero comprar una moto, ¿Qué te parece?”. “Sí, comprátela, yo te enseño”, me contestó. Y ahí arranqué…
-¿Y cuál te compraste?
-Una Honda Tornado 250 Enduro. Me maté a golpes…
-Me imagino las veces que te caíste…
-Sí, muchas… Tuve veces que me di vuelta, se me cortó el tendón del bíceps, me esguincé la rodilla, golpes por todos lados… Pero después le fui agarrando la mano y está bueno. Siempre con respeto a la moto: llevo casco, botas, pechera, rodillera… Todo bien equipado, cosa de amortiguar los golpes.
-¿Y qué sentís arriba de la moto?
-Distracción, paz… Es un cable a tierra y te contacta con la naturaleza. Porque te metés en lugares donde no puede andar nadie, menos que menos un auto… Con la moto te metés en cualquier lado. Se siente libertad, es terrible de lindo…
-¿Lo tomás como algo que necesitas a diario?
-Es como que me picó el bichito. Encontré una pasión que, después del básquet, no la había encontrado en nada: jugué al paddle, al Fútbol 5, estuve en grupos de running… Salimos a andar una vez por semana, como mínimo. Y tenemos un grupo de amigos que nos denominamos “Motoamigos por tierra”. Hay un Facebook y todo. Hemos ido a Necochea, San Rafael y Nihuil (Mendoza), Bariloche, Pehuen Co, Monte Hermoso, al cerro Áspero en Sierra de la Ventana… Siempre cargados. Llegamos al lugar, bajamos las motos y salimos a andar. Es un grupo muy amplio, variado, de camaradería y está bárbaro.
-¿Qué otros lugares frecuentan?
-En Punta Alta hay muchos caminos rurales. O vamos hasta Sierra, Bajo Hondo, las Oscuras, La Soberana, los campos… En los días que llueve y hay barro, hacemos 6-7 kilómetros y jugamos como niños, como quien diría…
-¿Lo llevaste a andar a Montecchia?
-Ale ha ido a pescar, yo tenía actividad con el grupo y nos encontramos en la playa. Pero no se quiere subir. Es un maricón. Lo vuelvo loco, ni conmigo, ni solo quiere subir… Es muy tierno, muy delicado… (risas). Lo mío es rusticidad pura hasta en el básquet. ¿Qué querés, que sea delicado ahora? Una locura…
-¿A futuro apuntás a algo más arriba de la moto?
-No creo. No es la idea competir. He entrado a alguna pista, pero a dar una vuelta tranquilo para sentir la sensación. Sí, algún día, me gustaría correr el Enduro de Monte. Obviamente largar, sentir qué se siente y si salgo último no importa… El objetivo del grupo es un viaje a principios de año y otro a fin de año. Eso siempre, durante 3-4 días. Y después salimos cada 15 días. Sierra de la Ventana, por ejemplo, es hermoso para andar en moto.
-Cambiando de tema, ¿cómo la pasa tu rubro con la pandemia?
-Para los gastronómicos fue durísimo el año pasado. Acá alquilo, teníamos cerrado y nos mantuvimos con las viandas. Pero con eso no zafás, sino que te endeudas un poco menos… Hoy hay una lucecita adelante. Acá estamos en Fase 3 y podemos abrir. Pero, ¿quién iba a pensar en esta pandemia? Creo que en un par de meses estaremos en la casi normalidad, con mucha gente vacunada. Soy optimista. Ya me vacuné y espero la segunda dosis. En octubre tuve covid, pero la pasé bien, solo me faltó el gusto y olfato. También estoy trabajando en el Ministerio de Salud, en el área de adicciones, y dando clases de educación física en un terciario. Lamentablemente, en este país tenés que hacer de todo porque sino no alcanza…
¡Habráse visto, Topa!